lunes, 28 de julio de 2008

El amigo Bounty

Entre los muchos amigos que tuvo a lo largo de su vida Juan Díaz Fernández, uno fue muy especial. En cierta época era frecuente verlos pasear juntos por la calle de La Marina, marcando quizás un territorio común de sueños y bondades. Justo es hacer en el blog un pequeño hueco, a modo de homenaje, a esta peculiar compañía que con su silencioso pero incondicional apoyo contribuyó a las reflexiones del escritor y, por tanto, a una parte imprescindible de su obra. De paso, dejamos la palabra al propio Juan para que nos hable de... "Bounty".

Yo le quiero. Su compañía me reconcilia en ocasiones con todo lo que me rodea. Muchas veces yo me siento cansado y con pocas ganas de salir a ninguna parte, pero él insiste para que nos vayamos a dar una vuelta sosegadamente por La Marina y por los muelles del puerto, y yo acepto, más que nada por ver si se me pasan las murrias. Los dos nos sentimos entonces acompañados, cosa que tiene su importancia como se sabe, y aunque vayamos andando sin decirnos nada, el hecho de estar juntos nos resulta placentero. Claro que, a veces, tenemos que aguantarnos mutuamente las impertinencias, pero esto ocurre con frecuencia en cualquier relación entre gentes que se quieren. Si hay verdadero afecto, todo se soporta pacientemente. ¡Cuantos problemas de la convivencia humana se resolverían si todo el mundo lo entendiera así!..

En fin, ese es Bounty, mi amigo, el de la mirada tierna e inocente el que nunca es capaz de hacer daño a nadie y, en cambio, ofrece todo su cariño.

Por supuesto, hablo de mi perro.

El texto, "Mi amigo Bounty", forma parte de la recopilación de artículos publicados en la sección Confidencias Intrascendentes del diario El Faro de Ceuta, recogidos posteriormente en el libro Todavía se ve el Hacho.

La foto: Juan Díaz, en su casa de San Pedro de Alcántara, jugando con Bounty a principios de los 80.

El nombre Bounty fue elegido para este perro no sólo por su procedencia (Gibraltar), sino como homenaje al buque HMS Bounty, al mando del capitán Bligh, protagonista del famoso motín en el que se basó la película "Rebelión a bordo".

jueves, 10 de julio de 2008

Meli


Casi en los comienzos... y hasta el final. Allí estuvo siempre ella. Meli, o Carmelita, para los amigos, Carmen Bermejo Escaño, para los demás. Desde aquel ya lejano año de 1953, en el que se conocieron y, sobre todo, desde 1955 en que se casaron, hasta 1996, año en el que Juan nos dejó: más de 40 años de convivencia, y tres hijos. Pero no fue esto lo único que aportó Meli a esta larga relación. Para Juan fue el anclaje a la realidad, su contrapunto racional y el soporte que le permitió desarrollar sus aficiones, sus actividades, su creación literaria. Ella, en la sombra, trabajadora en casa y fuera de ella, pilar fundamental en la crianza y educación de los hijos, al estilo de su época, supo pasar desapercibida sin por ello dejar de contribuir, de una forma decisiva, a la construcción de ese espacio personal que es el mundo de Juan Díaz.

Como homenaje a Meli, incluimos un breve texto de un cuento que él le dedicó títulado, como el libro en el que está incluido, "Cambio de Residencia". Pese a las distorsión natural que la obra literaria hace de la realidad, hay mucho de Juan y Meli en esa obra, buena excusa para decirle a ella desde aquí: ¡gracias, Meli, gracias mamá, por ser como eres, y por haber estado -y seguir estando- ahí!

[...] Conocía a Juan cuando éramos estudiantes y no sé cómo llegamos a enamorarnos, porque teníamos muy poco en común. Yo era muy racional, previsora y desconfiada. Él, por el contrario, demasiado contemplativo y más propenso al ensueño que a la acción. Por eso yo le advertía de que sería difícil que llegásemos a entendernos. Pero él me advertía que todo equilibrio se basa en fuerzas antagónicas que se oponen, que yo sería el ángulo complementario que a él le faltaba para valer noventa grados, y otros argumentos por el estilo. Siempre encontraba hermosas razones para disfrazar la realidad. Sabía humanizar todas las cosas de un modo que a mí, a pesar de mi racionalidad y de mi tendencia a verlo todo con objetividad, me encantaba. Me eplicaba, por ejemplo, que los árboles tienen rostro y expresión, que las nubes las montañas y el mar sufren y se alegran, que los números no expresan sólo magnitudes sino también armonías, que una balanza, un reóstato, o una lente, o cualquier otro objeto de su laboratorio tenían un destino trascendente. Y estas cosas me gustaban porque yo nunca las habría considerado así. Cuando le oía hablar de los elementos químicos o de los electrones, comparando sus afinidades o repulsiones con las de los seres humanos, yo comprendía que fuera capaz de encontrar la belleza y la poesía en la estructura y dinámica de los fenómenos naturales.

[Las fotos: La primera fue tomada el 17 de agosto de 1955, en el enlace matrimonial de Juan y Meli, a las puertas del Santuario de la Virgen de África en Ceuta. La foto es del fotógrafo Pedro Alcaine, primo de Meli, y tiene la particularidad de ser, en origen, una diapositiva en color, lo cual era una novedad en aquellos tiempos. La segunda está tomada por su hijo Carlos el 17 de agosto de 1995, en Madrid, que prefirió paradójicamente el blanco y negro para retratar a sus padres justo 40 años después de aquella boda.]

viernes, 4 de julio de 2008

Mi profesor, don Juan Díaz

El 22 de febrero de 2008, AULACE, la asociación de alumnos del Aula de Mayores de la Universidad de Granada en Ceuta, organizó un homenaje a la figura de Juan Díaz Fernández. Haremos más referencias a este acto en el blog, pero hemos elegido para empezar un fragmento de una de las intervenciones que tuvieron lugar en el mismo, porque hace referencia a la faceta más conocida de Juan Díaz, su labor como profesor (lo fue primero en las enseñanzas medias y finalmente en las universitarias). Las palabras fueron pronunciadas por una antigua alumna, Loli Morales, y reflejan fielmente cómo era Juan en su labor docente: un profesional que sabía ir más allá de la disciplina impartida, para abrir los ojos de sus alumnos al mundo de la cultura en su sentido más amplio. Gracias Loli, desde este rincón dedicado a Juan, por tus palabras.


(...) Esta persona que les habla, fue alumna de don Juan Díaz, en el I.N.E.M. (Instituto Nacional de Enseñanza Media) femenino, ya que las aulas de las chicas se encontraban en otro ala del edificio, (separada de los chicos).
Una de las asignaturas que recibía de don Juan era Geografía Universal. A pesar de mi corta edad (12 años) y haber transcurridos 43 años, nunca me he olvidado de él, ni como profesor ni como persona.
Como profesor no le he olvidado nunca, por su forma de dar las clases y su tipo de enseñanza; entonces no había los avances de hoy en día como diapositivas, ordenadores, etc., a él no le hacían falta estos adelantos, sólo le bastaba una pizarra y una tiza, lo mismo dibujaba la bola del mundo y te explicaba los trópicos, que el mapa de España con las borrascas, isobaras, el anticiclón de las Azores, etc.
Siempre que comenzaba a dibujar algo, volvía la cabeza hacia los alumnos y nos decía “esto os sonará a chino”, pero ya veréis qué pronto lo vais a entender. Cuando te explicaba los países, los ríos, o los accidentes montañosos, parecía que te estaba contando algo que él había vivido y a sus alumnos nos transportaba hacia el lugar que explicaba; yo solía decir que sus enseñanzas eran un viaje hacia la Geografía.
Cuando alguna alumna le preguntaba sobre algo que no venía plasmado en los libros de textos él te lo explicaba, pues le encantaba ampliar nuestros conocimientos.
Era un gran conversador, siempre ha sabido escuchar y hacerse escuchar por sus alumnas; no por eso dejaba de exigir la parte que le correspondía como profesor (disciplina y todo lo que conlleva), así como poner las notas que correspondían o merecían sus alumnas. Si se encontraba alguna alumna por los pasillos en horas de clase, la conducía a la Jefatura de Estudios, pero por eso no iba a dejar de ser nuestro querido profesor: con el tiempo reconocemos que esto era por el bien nuestro.
Si hay algo que recuerdo, es que para don Juan era lo mismo la alumna más aplicada que la que menos, el trato era por igual hacia todas, creo que su interés era que todo lo que nos enseñaba o transmitía no lo olvidáramos.
Pero la relación de profesor-alumna no quedaba en el Instituto, paseando por las calles de Ceuta, era encontrarte con don Juan y siempre nos saludaba, creo que tenía una memoria tan grande que recordaba y se acordaba de sus alumnos, incluso cuando habían transcurridos años después de haberle dado clase. Recuerdo que a veces estaba rodeado de alumnos y alumnas, conversando como si fuese un alumno más. Pasaron los años, y siempre que nos encontrábamos con Don Juan, era una gran alegría mutua, yo creo que el disfrutaba cuando les saludábamos.
A pesar de haber transcurridos unos años y que yo solo era una niña, tengo grabado su estilo de enseñanza, tan amena que si le prestabas atención a sus clases difícilmente se te podía olvidar.
Recuerdo como don Juan debía disfrutar paseando por las calles de su Ceuta, en una ocasión le dije “don Juan, usted forma parte del paisaje de Ceuta”, y aunque ahora ya no le vemos pasear físicamente, si le recordaremos aquellos que tuvimos el honor de conocerlo y llevarnos en el recuerdo un poquito de él.
Para esta persona que os esta hablando, el haber conocido a don Juan Díaz, es un regalo que la vida me hizo: tenerlo como profesor y como una persona sencilla al que siempre recordaré.

Loli Morales

[La foto: Juan Díaz, en su aula. Autor desconocido. Fecha incierta, probablemente en los años 60]

Cuando es la hora de hacerse a la mar

Juan era un enamorado del mar. De la estrecha relación que mantuvo con él hay innumerables huellas y signos en su vida y en su obra. En el blog irán sucesivamente apareciendo muchos de ellos, configurando un mosaico que intenta mostrar cómo este mar, entorno de peso incuestionable en la forma de ser de los ceutíes, fraguó en el escritor una manera especial de relacionarse con la vida, una cosmovisión particular, tejida con el ideal de los espacios abiertos, la música del oleaje o el silencio, el amor a la libertad, la adversidad compartida y vencida, que traba con nudos expertos la amistad desinteresada, la eterna espera y la permanente esperanza y, como no podía ser de otro modo, la búsqueda de la isla perdida, la Ítaca personal, la otra orilla, aquella en la que la ansiada felicidad es finalmente encontrada -o reencontrada-.
Como primera muestra de este vínculo del que les hablamos, recogemos un fragmento de uno de sus cuentos, titulado Cuando es hora de hacerse a la mar, publicado en 1987 dentro de una recopilación de cuentos de Juan titulada Relatos, edición realizada por el Excelentísimo Ayuntamiento de Ceuta.

Siempre quise ser marino -seguía diciéndome- pero mi padre se empeñó en que trabajase junto a él en su negocio, y le obedecí. Pero nunca dejé de vagar por los muelles del puerto, cada tarde que podía. ¡Los barcos me obsesionaban!... Cuando me acercaba a ellos, todos los sentidos se me excitaban con una rara voluptuosidad: aspiraba sus olores, a brea, a maderas recien pintadas, a hierros engrasados y a maromas húmedas; escuchaba aténtamente cada ruido de a bordo como el animal que en medio del bosque escucha inmóvil el susurro del viento por entre la enramada y cada leve pisada en la hojarasca, así el tembloroso retumbar de las máquinas, los crujidos secos del casco, pasos, voces, hasta ese silencio de soledad que se percibe en un barco cuando todo a bordo se paraliza y sólo queda allí un marinero que dormita; contemplaba con arrobo las proas agresivas y las popas orondas con los nombres de lejanos puertos; recorría con la mirada los costados tachonados de escotillones, y si por ventura descubría uno que se había quedado abierto, escudriñaba a través de él, como si la sola visión del interior de un camarote o de un simple pasillo me integrase ya en aquel mundo que tanto había deseado desde que era un niño y contemplaba barcos desde la ventana de mi casa.
(...) Otras tardes llegaba hasta el varadero; allí había siempre pequeños barcos de cabotaje, reparando averías o sometidos a trabajos de limpieza o pintura... ¿Usted no se ha parado nunca a mirar un barco cuando está fuera del agua?... Esa es la única manera de poder contemplar plénamente toda su figura: la potente quilla, la ampulosidad del casco, tan semejante a un enorme vientre, el suave resbalamiento de la proa bajo las amuras y de la popa hacia el codaste, y por arriba las cubiertas, el puente, los palos, todo como un castillo roquero que no se alzase sobre ninguna roca ni ningún suelo... ¡algo etéreo en cierto modo!... Yo creo que hasta es posible imaginarle un cierto erotismo: sin el velo púdico del agua, un barco se ofrece a la mirada en toda sus espléndida desnudez y hay en él algo así como una incitación a la caricia; no resulta absurdo imaginarle entonces una inquietante animalidad, ¿no le parece?...

[La foto: Juan navegando por las aguas de Ceuta, acompañado por dos de sus hijos, en fecha indeterminada pero que creemos próxima a 1961. Autor desconocido.]

miércoles, 2 de julio de 2008

Todavía se ve el Hacho (II)

En coherencia con el nombre de nuestro blog, les ofrecemos, como primer texto de Juan, Díaz, un fragmento del artículo Todavía se ve el Hacho, publicado por primera vez en la columna Confidencias Intrascentes, del diario El Faro de Ceuta. Posteriormente fue incluido en un libro recopilatorio de igual título, editado en 1994 por el propio Juan. Más allá de la anécdota que se relata, el objetivo del texto era expresar la profunda confianza del autor en el futuro de su ciudad a pesar de las circunstancias y las incertidumbres de tiempos revueltos.

El señor Canas era bastante mayor que yo, pero teníamos una afición común: la pesca. Muchas veces salimos juntos a pescar en su bote. Un domingo, pusimos rumbo hacia un pesquero de pargos que él conocía, a poco más de una milla de la punta del Desnarigado. La mar estaba como un espejo azulado, sin que soplase ni la más ligera brisa. Y nos prometíamos pasar unas horas de buena y fructífera pesca. Pero, como todo el mundo sabe en Ceuta, por aquella zona las corrientes suelen jugar malas pasadas a las pequeñas embarcaciones. Y eso precisamente fue lo que nos ocurrió: cuando más absortos nos hallábamos con la pesquera, se nos soltó la potala, o sea, la gruesa piedra que utilizábamos como anclaje, y la corriente empezó a arrastrar nuestro bote mar adentro. El señor Canas, experto mecánico, trato enseguida de arrancar el motor de la embarcación, pero el condenado se resistía a ponerse en marcha. Una y otra vez, mi buen amigo se afanaba en darle vueltas a la manivela del arranque, pero como si nada. Y mientras tanto, nos alejábamos cada vez más de la costa. A medida que la corriente nos llevaba lejos, la quietud del agua se iba alterando y los hinchones mecían el bote con mayor intensidad. Yo observaba los denodados esfuerzos que hacía el señor Canas y le relevé varias veces en el trabajo de darle a la manivela al tiempo que él trasteaba en el motor. Pero este seguía sin arrancar. Viendo que nuestros esfuerzos resultaban estériles, empecé a asustarme, temiendo que la fuerte corriente nos llevase hasta sabe Dios dónde por el Mediterráneo, y me puse a rezarle en silencio a nuestra Patrona la Virgen de África. Entonces el señor Canas, al observar mi cara de asustado y que me persignaba, me dijo: ¡No te preocupes, Juan, que todavía se ve el Hacho!

[La foto: Juan Díaz Fernández, el 12 de julio de 1964, con una cherna de 12'25 kg que le valió el 2º premio del Concurso Internacional de Pesca de Altura, organizado por el club CAS. La imagen está tomada en la calle La Marina, con el Hacho al fondo. Es en la vertiente sur de este monte, entre abruptos acantilados, donde se encuentra la Punta de Desnarigado, citada en el texto.]


martes, 1 de julio de 2008

¡Todavía se ve el Hacho! (I)

¡Todavía se ve el Hacho! era, para el escritor y profesor Juan Díaz Fernández, el grito de los que, perdidos en el mar y la niebla de Ceuta, aún mantienen la esperanza y se aferran a la vida gracias al reconocimiento, por difuso que sea, de lo cotidiano, lo próximo, la silueta familiar del monte que arropa a los ceutíes. Comienza pues, con ese grito, con esa llamada, un espacio dedicado a este polifacético profesor fallecido en 1996. Pretende ser un rincón que ayude a que no se pierda ni su mundo - la Ceuta de los años 20 a los 90 - ni su obra, del cual es reflejo, así como a mantener la memoria del que fuera un enamorado de su ciudad, a la que intentó mejorar mediante su participación en toda actividad, foro o tribuna que su tiempo libre y sus energías le permitieron. Su espíritu inquieto y curioso hicieron de él algo más que un docente querido y respetado en el ámbito de la Geografía, la Historia o la Literatura. Fue, además, articulista durante muchos años en el diario El Faro de Ceuta, del que posee el Escudo de Oro, miembro de la asociación local Amigos de la Música, de la Tertulia Flamenca, socio de los clubes deportivos CAS y Natación Caballa, de la Hípica y el Casino militar, presidente de la federación ceutí de piragüismo, delegado provincial del ministerio de Cultura, pescador deportivo de altura y de costa, conferenciante, buen conversador y, sobre todo, observador perpicaz de su época y su tierra, a las que quiso retratar con su pluma incansable y adornar con un poco de esperanza y un mucho de sentimiento.

[Dibujo de Vicente Álvarez Navarro, ilustración de cubierta en el libro de Juan Díaz "Todavía se ve el Hacho"]