jueves, 10 de julio de 2008

Meli


Casi en los comienzos... y hasta el final. Allí estuvo siempre ella. Meli, o Carmelita, para los amigos, Carmen Bermejo Escaño, para los demás. Desde aquel ya lejano año de 1953, en el que se conocieron y, sobre todo, desde 1955 en que se casaron, hasta 1996, año en el que Juan nos dejó: más de 40 años de convivencia, y tres hijos. Pero no fue esto lo único que aportó Meli a esta larga relación. Para Juan fue el anclaje a la realidad, su contrapunto racional y el soporte que le permitió desarrollar sus aficiones, sus actividades, su creación literaria. Ella, en la sombra, trabajadora en casa y fuera de ella, pilar fundamental en la crianza y educación de los hijos, al estilo de su época, supo pasar desapercibida sin por ello dejar de contribuir, de una forma decisiva, a la construcción de ese espacio personal que es el mundo de Juan Díaz.

Como homenaje a Meli, incluimos un breve texto de un cuento que él le dedicó títulado, como el libro en el que está incluido, "Cambio de Residencia". Pese a las distorsión natural que la obra literaria hace de la realidad, hay mucho de Juan y Meli en esa obra, buena excusa para decirle a ella desde aquí: ¡gracias, Meli, gracias mamá, por ser como eres, y por haber estado -y seguir estando- ahí!

[...] Conocía a Juan cuando éramos estudiantes y no sé cómo llegamos a enamorarnos, porque teníamos muy poco en común. Yo era muy racional, previsora y desconfiada. Él, por el contrario, demasiado contemplativo y más propenso al ensueño que a la acción. Por eso yo le advertía de que sería difícil que llegásemos a entendernos. Pero él me advertía que todo equilibrio se basa en fuerzas antagónicas que se oponen, que yo sería el ángulo complementario que a él le faltaba para valer noventa grados, y otros argumentos por el estilo. Siempre encontraba hermosas razones para disfrazar la realidad. Sabía humanizar todas las cosas de un modo que a mí, a pesar de mi racionalidad y de mi tendencia a verlo todo con objetividad, me encantaba. Me eplicaba, por ejemplo, que los árboles tienen rostro y expresión, que las nubes las montañas y el mar sufren y se alegran, que los números no expresan sólo magnitudes sino también armonías, que una balanza, un reóstato, o una lente, o cualquier otro objeto de su laboratorio tenían un destino trascendente. Y estas cosas me gustaban porque yo nunca las habría considerado así. Cuando le oía hablar de los elementos químicos o de los electrones, comparando sus afinidades o repulsiones con las de los seres humanos, yo comprendía que fuera capaz de encontrar la belleza y la poesía en la estructura y dinámica de los fenómenos naturales.

[Las fotos: La primera fue tomada el 17 de agosto de 1955, en el enlace matrimonial de Juan y Meli, a las puertas del Santuario de la Virgen de África en Ceuta. La foto es del fotógrafo Pedro Alcaine, primo de Meli, y tiene la particularidad de ser, en origen, una diapositiva en color, lo cual era una novedad en aquellos tiempos. La segunda está tomada por su hijo Carlos el 17 de agosto de 1995, en Madrid, que prefirió paradójicamente el blanco y negro para retratar a sus padres justo 40 años después de aquella boda.]

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