miércoles, 3 de noviembre de 2010

Corregir con tinta roja


El pasado viernes 15 de octubre, el diario El Faro de Ceuta publicaba un artículo de uno de sus colaboradores, Jorge López, titulado Con tinta roja, en el que dentro de un contexto de reflexión sobre la creación literaria en la actualidad, aparecía una cariñosa referencia a Juan Díaz Fernández. Por reflejar uno de los aspectos claves de la personalidad de nuestro escritor, su obsesión por la perfección de sus textos, hemos creído interesante incluir en Todavía se ve el Hacho el fragmento del artículo citado que hace referencia a Juan Díaz, con nuestro agradecimiento a su autor por este emotivo recuerdo.

Cuando yo acudí por primera vez a visitar a un escritor ni siquiera había terminado la EGB. Aquel hombre me abrió la puerta y desde su altura, a través de sus gafas que recuerdo sin montura, no sé si estoy en lo cierto, me miró detenidamente pensando que me había equivocado de puerta. Un perro de pelo marrón, rizado, enorme a mis ojos, salió a mi encuentro ladrando ferozmente, acentuando mis nervios. Nunca simpatizamos este perro y yo.

Juan Díaz Fernández no daba crédito a mis aspiraciones pero aún así me condujo a través de un largo pasillo al sancta sanctorum donde tecleaba, por aquel entonces en una máquina de escribir, sus historias. Seguido por el perrazo me vi rodeado de lo que sin duda era el ambiente de un escritor. Librerías acariciando el techo, rebosantes de libros. De entre todos ellos escogió uno. Me lo prestó. A cambio se quedó con mi carpeta de vanos relatos y me emplazó cuando acabara de leer aquel libro.

Nos sorprendimos mutuamente. Porque yo acabé aquel libro muchísimo antes de lo esperado y él había leído y corregido con rotulador rojo hiriente todos mis relatos.

Y ahí comenzó una extraña relación maestro discípulo conducida por los trazos rojos en mis folios blancos, nada minimalistas, el término cool no existía.

No recuerdo como nos separamos. Ni cual fue el último libro que me prestó, ni cual fue el último relato que me corrigió.

Desde luego aprendí de él dos cosas importantes. Corregir, corregir, corregir hasta la extenuación y a no separarme nunca de un rotulador rojo. Y esas cosas, junto con sus historias, sus relatos breves, probablemente era a lo que Millás se refería, a la esencia de la escritura.

                                                                                    Jorge López



[La foto: Juan Díaz, frente a su máquina de escribir, en el despacho de su casa de La Marina.]

viernes, 29 de octubre de 2010

Hasta siempre, "colombroño"

 

Juan Díaz Fernández, era el mayor de cinco hermanos. En la foto podemos ver a toda la familia, en 1955. Carlos, Ana Maria, Carmen y Loli, en la fila de atrás, de izquierda a derecha. Delante, y también de izquierda a derecha, Juan Díaz Pereña, comandante de Ingenieros, el padre, Ana Fernández Invernón, la madre, y Juan Díaz hijo.

Hoy, por un motivo especial, traemos a "Todavía se ve el Hacho" no un texto de Juan, sino de su hermano Carlos, contenido en un cuadernillo de los que gustaba escribir a sus sobrinos, y que me envió este pasado mes de julio. Se trata de una anécdota desconocida que nos muestra, en cierta forma, la precocidad literaria de Juan y su peculiar sentido del humor. Decía así:

Os cuento algo que quizás no os haya contado antes de vuestro padre, mi hermano.

Cuando cursábamos 7º curso en el Instituto Hispano-Marroquí, que caía por detrás del Casino Militar, teníamos dos horas de clase de Latín con el padre Rafael Navarro Acuña, con un descanso de quince minutos entre ambas. La segunda clase era de "INVERSA" (una traducción de Español a Latín), algo terrible para nosotros que nos defendíamos bien con Julio Cesar y De bello gallico y un poco peor con Tito Livio. Cuando subimos del recreo para la segunda hora de Latín y su "INVERSA", nos encontramos en la pizarra escrito:


DESDICHADOS LOS QUE ENTRÁIS
EN ESTE AULA A SUFRIR
Y MALDICIENDO ESPERÁIS
EL MOMENTO DE SALIR


La letra me era muy familiar...


Debajo de esa cuarteta había otra que decía:


LA DESDICHA SE ACRECIENTA
SI LA CLASE SE REPITE
SOBRE TODO SI ES DE INVERSA
LA TRADUCCIÓN DE DESQUITE


Por supuesto que al entrar en clase todos nos pusimos a leer la pizarra.

"Bueno -dijo don Rafael- ahí tenéis eso, no sé quién lo ha escrito. Manos a la obra: tienen ustedes media hora para la traducción."

La dificultad de la INVERSA se demostró plenamente. No hubo ni uno solo del curso que lograra encajarla. Es más, ni siquiera la que hizo el propio padre Navarro Acuña estaba lograda.

"Bueno, -dijo el cura- ¿y quién ha sido el autor, al que no recriminaré en absoluto; más bien lo contrario, lo felicitaré por su ingenio? Para ustedes queda si le dan un capón o un masculillo."

Todos sabíamos que eso sólo podía ser obra de Juanito Díaz.
                                   
                                                                                   Carlos Díaz Fernandez

Al empezar se dijo que traíamos a colación esta anécdota por un motivo especial. Antes de ayer, 27 de octubre, el mismo día de cumpleaños del que escribe estas líneas, moría en Sevilla, a la edad de 83 años, Carlos Díaz Fernández, hermano de Juan. Veterinario, de profesión y farmacéutico consorte de dedicación, era aficionado a los libros, a los mapas, a escribir cartas larguísimas, siempre de puño y letra, a la antigua usanza, muchas de ellas en formato cuadernillo. Le encantaba recibir postales de sus sobrinos viajeros y devolvérselas "palimpsesteadas", como él decía, eliminada la parte escrita por el remitente y escrita de nuevo la postal. También le gustaba llamarme "colombroño", un sinónimo antiguo de "tocayo".

Para ti pues, "tito Carlos", va nuestro pequeño homenaje. Sé que mi padre se alegrará de compartir contigo un rincón de este blog y de volverte a encontrar allá donde vayáis los que habéis decidido convertiros en recuerdos. Echaremos de menos tus cartas, mi viejo y querido "colombroño".

                                                                                        Carlos Díaz Bermejo

Los dos "colombroños, uno encima de otro, en la playa del Chorrillo. Ceuta, 1959

miércoles, 20 de octubre de 2010

Bibliotecario del Cielo



Fue, ¡y parece ayer!, hace catorce años. Un 21 de octubre, en un hospital de Málaga, Juan Díaz nos dejaba, dejándonos aturdidos, incrédulos, doloridos... En todo este tiempo y desde este rincón hemos intentado mantener vivo su recuerdo. Es por ello que nos resulta especialmente grato el conocer que hay personas en las que Juan dejó una profunda huella y que lo recuerdan, después de tanto tiempo, con el mismo cariño.

Este es el caso del escritor ceutí, afincado en Málaga, Alberto Nuñez García, autor de las hermosas Crónicas de Allí, un libro en el que todos los que conocieron la Ceuta de los dos últimos tercios del siglo XX podrían reconocerse.

Con el heterónimo de Jean Valjean que, al modo de Pessoa, cobija a Alberto Nuñez, nos ha llegado firmada esta hermosa y sentida carta, que incluimos completa en conmemoración de estos catorce años sin Juan. Gracias por ella, Alberto.


A LA ATENCIÓN DEL PROFESOR DON JUAN DÍAZ FERNÁNDEZ: BIBLIOTECARIO PERPETUO DEL CIELO.

Querido Profesor:

Casualmente, de enlace en enlace, he ido a dar con el blog, a tu persona dedicado, y escrito y dirigido por tu hijo Carlos.

Te imagino allá entre nubes, con tu estilográfica (seguramente una Parker-51) en la diestra y tu eterno pitillo entre los dedos de la otra, hilando sabiamente tu prosa antigua y clásica....¡Ah!, y mirando al mar, ese compañero que se traspira en tus artículos, en todos. Aunque en algunos no lo cites, el Mediterráneo está siempre presente con su olor a salitre y a brisa entre pinos.

Recuerdo cuando te mandé mi primer manuscrito de Crónicas de Allí. El pobre había ido rebotando de editorial en editorial durante casi dos años. Tú, con la paciencia de un buen pedagogo y de un maestro te lo leíste de cabo a rabo, y luego me escribiste una carta que aún guardo entre las hojas de un ejemplar de Torre del Faro que había comprado en una librería de Algeciras en uno de mis viajes a Ceuta. Me reprochabas con palabras comedidas y con mucho amor, me reprochabas –digo- que ocultara mi nombre y apellidos bajo el seudónimo de Jordana Marbella, afición por este disfraz que como verás al final de esta carta no me ha abandonado nunca. Pero a lo que iba. Decías en esa carta que el texto era bastante bueno. Que no me desanimara. Que siguiera escribiendo. Y más cosas que la modestia me impide repetir en esta carta y que a mí me sirvieron para recuperar la seguridad que, hecha jirones, se había perdido en el peregrinaje de mi libro por los despachos enmoquetados de los editores. Yo no había leído nunca nada tuyo. Torre del Faro fue lo primero. Regresar a la ciudad natal después de tantos años de ausencia, leyendo tus artículos tumbado en una mecedora de la cubierta del ferry (¡La Paloma! ¿recuerdas?), y viendo amanecer el Hacho por el horizonte azul, fue para mí una experiencia inolvidable. Recuerdo que Conchi, mi mujer (que desde el año dos mil cinco está también Ahí Arriba contigo) con su gracejo malagueño y su acento del castizo barrio de Huelin me decía, al verme tan enfrascado en la lectura y en el paisaje: "¡Pues, hijo!! ¿Por qué no te quedaste en Ceuta?" Creo que corrían los primeros meses del año mil novecientos noventa y seis, el fatal año en que nos dejaste. Terminabas la carta invitándome a acudir a tu casa de Fuengirola para conocerme personalmente y para hablar de Literatura. Al final no pudo ser... Para mí, en cambio, el año mil novecientos noventa y seis fue un buen año; en la Primavera recogí el Premio Amador de los Ríos de Narrativa, convocado por el Ayuntamiento de Baena y otorgado a mi novela corta EL LOCUTOR. Y fue también el año en que comenzaría un proceso que me llevaría a dejar la docencia y dedicarme de lleno a la escritura. En el mes de junio de ese año me llegaba un ejemplar de tu libro CAMBIO DE RESIDENCIA con una dedicatoria muy afectuosa que (¿por qué no?) ésta sí, ésta no me censuro de reproducir en esta carta/homenaje que te dirijo. Dice:

"A mi buen amigo y ex-alumno Alberto Núñez, narrador agudo y hábil, con el deseo de que pronto pueda dedicarme un libro suyo. J. Díaz. Ceuta. Junio del 96."

Pues esa deuda es la que pienso pagarte ahora, enviándole a tu hijo Carlos los ejemplares de los libros que tengo publicados, con una dedicatoria para ti, querido profesor, y con el deseo y la seguridad de que esos libros míos van a encontrar en tu biblioteca calor y cariño.

¿Sabes? llegado a este punto no recuerdo si la Siniestra Dama me dio el tiempo suficiente para comunicarte ese Premio; me refiero al Premio Amador de los Ríos. Quiero pensar que sí, que de las dos o tres ocasiones en que hablamos por teléfono, una de ellas fue para hacerte partícipe de mi premio literario que –no nos cabe duda a los que te hemos conocido- te iba a dar un alegrón. El último recuerdo que tengo de ti (ya no sabría decir si en conversación telefónica o por carta) es la promesa que me hiciste de sacar, por entregas, en el dominical de El Faro, capítulos de mis Crónicas de Allí...¡Ah! y una reseña que hiciste de mí en tu periódico y que no consigo encontrar.

[Ahora me viene a la mente, ese artículo tuyo en el que hablas de tu entrada, de adolescente, en el periódico para llevar tu primer articulo...el olor de la tinta que despedían las rotativas...]

Querido Profesor:

Ya voy a dejar de darte la lata con tanta prosa. Sólo te diré, aunque ya debes de saberlo, que con la ayuda de nuestro común amigo José Luis Sastre y de mi sobrino Víctor, conseguí sacarle al Ayuntamiento los chavos suficientes como para publicar Crónicas de Allí. Que también publiqué El Locutor con el dinero del Premio y que, a mi costa, he sacado el último, Martín Requena in Memoriam. De todos ellos, como ya te he dicho, quiero dedicarte un ejemplar y mandarlo a tu hijo para que formen parte de tu biblioteca.

Has de saber que el libro Crónicas de Allí, lleva en su portadilla, como un pequeño homenaje a tu persona, una frase sacada de tu libro Torre del Faro. Ya lo verás......

Querido Profesor y Bibliotecario Perpetuo:

Guárdame un buen sitio ahí, en esa Biblioteca Celestial que diriges. Búscame un buen sillón junto a un gran ventanal. Los próximos diez mil años espero pasarlos leyendo. El pequeño resto de Eternidad que me quede lo quiero dedicar a escribir.

Que ¿cómo me enteré de tu muerte? Pues como ha pasado tanto tiempo y no me quiero confiar a la memoria...ese bichito tan endeble me limitaré a transcribirte una anotación de mis Diarios de aquel año:

Hoy, diez de noviembre de mil novecientos noventa y seis, paseando con Conchi por Los Baratillos de Málaga, un compañero del Colegio me da la noticia: El Profesor don Juan Díaz Fernández ha fallecido en su casa de Fuengirola. Descanse en paz.

Recibe un fuerte abrazo de tu ex-alumno....

Jean Valjean (escritor)



Portada del libro de Alberto Núñez García "Crónicas de Allí", y cita de Juan Díaz que aparece en su primera página.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Pepe Ferrero, en la memoria.

Se llamaba José y era amigo de Juan. Un amigo silencioso, de los que apenas se nota que están ahí hasta que realmente hace falta; de esos que demuestran su fidelidad cuando otros, que creíamos más próximos, desaparecen o miran para otro lado. No supe de esa amistad hasta febrero de 2008, cuando el Aula de Mayores de la Universidad de Granada en Ceuta, AULACE, organizó bajo su impulso un homenaje a Juan Díaz. Sólo lo trate durante el tiempo que duró aquel acto, pero fue suficiente para notar la naturaleza de su afecto y su calidad de hombre culto y bueno. Luego, más tarde, Meli, mi madre, me habló de él, de su entrega a la cultura, y especialmente de su trabajo con personas a los que la sociedad a menudo margina en cuestiones culturales: los mayores, los presos; me comentaba sus colaboraciones en El Faro y leí algunos de sus excelentes artículos. También supe de su enfermedad y de cómo, a pesar de ella, asistió a la inaguración de la calle de mi padre. Ese gesto me hizo apreciar de nuevo su valía.

José Ferrero, Pepe para sus amigos, nos dejó el 8 de septiembre. No es el que escribe estas líneas la persona adecuada para glosar sus virtudes en estos tristes días; por desgracia no lo conocí lo suficiente. Pero hoy, en esta tarde del 24 de septiembre, cuando sus amigos y familiares rezan por él en Ceuta, no quería que faltara en nuestro rincón dedicado a Juan un pequeño recuerdo de este gran amigo.

Gracias Pepe: fue una suerte para Juan Díaz el haber podido contar con tu amistad y un privilegio para mi el haberte conocido. Ojalá los dos caminéis por siempre en nuestros corazones, ya sin premuras ni sufrimientos, sin ataduras ni bastones, charlando de libros, escritos y proyectos, eternamente arropados por el cariño de los que nunca os olvidaremos.

Carlos Díaz

(La foto de cabecera fue publicada en el Faro: Pepe Ferrero en el homenaje de AULACE a Juan Díaz Fernández, en Febrero de 2008. El pequeño milagro de la fotografía reune a estos dos amigos).

jueves, 17 de junio de 2010

La calle de Juan

7 años separan estas dos viñetas de Vicente Alvárez, publicadas en el Diario El Faro de Ceuta. No sé si se puede considerar que ha pasado mucho tiempo, pero eso ya no importa: Juan Díaz tiene un pequeño rinconcito en Ceuta, en forma de placa, que da nombre a una de las calles de la ciudad que tanto amó. Conociendo sus aficiones, seguro que estaría contento de saber que su calle se encuentra junto a una biblioteca y un pabellón deportivo -el deporte como cultura, la cultura como deporte-, y de que se continúe con la de otra recordada docente, la profesora Valderrama: quizás anden los dos organizando claustros de profesores por esos espacios infinitos.
Desde este blog queremos dar las gracias a todos los que han hecho posible que Juan sea recordado en el callejero ceutí: sobre todo a Alfonso Cerdeira y Adelaida Álvarez, diputado en la Asamblea de la Ciudad y consejera de Cultura, respectivamente, en 2003, cuando se presentó la idea y se puso en marcha el expediente, y a Juan Luis Vivas, alcalde y presidente de la Ciudad Autónoma, como representante del equipo de gobierno que lo ha llevado a término.

Y reservamos un abrazo especialmente emocionado para dos personas, Vicente Álvarez y Ricardo Lacasa, que han demostrado reiteradamente ser grandes amigos de Juan y que han mantenido encendida, todos estos años, la llama de "una calle para Juan Díaz Fernández". Gracias a los dos por vuestro cariño infatigable.


Descubrimiento del rótulo de la calle dedicada a Juan Díaz Fernández por el Alcalde y Presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta, Juan Luis Vivas, y la viuda del escritor, Carmen Bermejo, en presencia de amigos y familiares. El acto tuvo lugar el 7 de junio de 2010.

Recuerdo


Compañero y amigo de los años de universidad, el profesor y Doctor en Historia Manuel Capel Margarito evoca al Juan Díaz de principios de los 50 en su reciente libro "Los Desubicados (o el arte de la emigración interior)". Por la precisión en el retrato de un Juan que, en torno a los 25 años, ya manifestaba los principales rasgos de una personalidad que le iba a caracterizar el resto de su vida y que tan influyente fue en los que le conocieron. Nos atrevemos a reproducir aquí un fragmento de citado libro, no sin agradecer de antemano al profesor Capel el que podamos usar de esta manera su texto.

"Miro atrás y no sabría decir cuál fue mi mejor amigo; no se trata de compañeros de juegos infantiles ni de relaciones circunstanciales por razones de vecindad, parentesco o encuentros familiares; me refiero a los que ocupan aún, por su significado, parte importante de mi memoria antigua; no de ésta, de senectud, advenediza y frágil. Creo que no es preciso establecer prelaciones, sino conservar señales que confirmen su autenticidad. Es así como recuerdo, de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, a Juan Díaz Fernández, al que conocí en la de Granada y con el que proseguí en la Complutense, la especialidad de Historia, hasta el doctorado. Era la década de los 50, la de la leche en polvo, el queso y la mantequilla USA, que tanto bien hicieron a los escolares de España. La familia de mi amigo Juan residía en Ceuta y de allí recibía apetitosos envíos que corregían nuestra desnutrición; a él debo no sólo aque socorro de proteinas, prodigadas con cuidado exquisito de hermano mayor, sino otras muchas atenciones y saberes, en los que él me aventajaba; no tanto por la edad -uno o dos años mayor que yo-, sino por su madurez intelectual y humana, y por su sensibilidad para la poesía y la música. ¡Todavía repito, de memoria, algunos de sus versos y me parece oir el canto de su armónica! También debo a él mi afición al teatro -iniciada con las entradas a "la clac" en el Español o en el Mª Guerrero, en el Infanta Isabel o en el teatro de la Comedia-, amén de la asistencia a los conciertos de la Sinfónica -en el cine Monumental, como aquellos que dirigía Pierino Gamba- y los de la orquesta nacional, bajo la batuta de Ataulfo Argenta. Luego que el fatum o el destino puso muchos kilómetros de separación entre ambos, pudimos, a la vuelta de muchos años, reanudar nuestros encuentros o hacerlos más frecuentes, pero sabía yo que él prefería no alterar la estampa aquélla de nuestra juventud..."

Manuel Capel Margarito: "Los Desubicados (o el arte de la emigración interior)"
Colección "Semilla y Flor". Jaén. 2009

La foto: Juan Díaz (a la derecha del grupo) y Manuel Capel (a su lado), junto a otros dos amigos en la puerta de la antigua facultad de Filosofía y Letras de Granada.